¿Por qué la gente no sonríe en el metro, pero sí en una fiesta? ¿Por qué no saludamos acariciándonos los ojos en lugar de estrechándonos las manos? ¿Por qué en un museo nos posicionamos a observar la pintura en lugar de contemplar a la persona que ha venido a la pinacoteca a disfrutar de las obras? ¿Por qué no hacer monedas triangulares? La obra del artista Arturo Comas crea un efecto de asombro y extrañamiento que nos hace sentir como el provinciano que por primera vez sale de su pueblo y se lanza a viajar y descubrir el mundo. Nos invita a relacionarnos de una manera nueva con la realidad, reparando en cómo lo normal también es extraño, porque lo convencional es solo la carta elegida. No nos damos cuenta de todas las posibilidades, porque nos obsesionamos por una sola, porque nos acecha la peste negra de la uniformidad y la moral de rebaño, del pensamiento unidireccional, la rectitud y la opción correcta. La obra de Arturo Comas nos invita a descubrir la flexibilidad de la realidad, soplar el polvo de la tradición, darle la vuelta al mundo en ochenta puntos de vista. Nos hace jugar y experimentar con la vida, como un hombre-niño que desde la inocencia observa sin la venda del hábito social, intuyendo otras dimensiones, examinando qué hay del otro lado de los hábitos, consiguiendo engañar la asentada costumbre. Comas es un juglar del anticonvencionalismo, un artista del jazz visual en una era digital donde la preponderancia de la imagen nos ha conducido al veo, ergo existo. Es un visionario de los recónditos secretos de la realidad desde una posición de esteta; es también un mago ingenioso de la imagen que nos ayuda a quitarnos la manta de la tradición, a sacudir la normalidad, a zarandear la verdad y a nosotros mismos, sin dejarnos indiferentes. Las imágenes que nos propone el autor son a su vez un reflejo narcisista del yo imperante en la nueva sociedad en la que nos desenvolvemos. Aunque la efigie que observamos es siempre la de su rostro inexpresivo, realmente estamos mirándonos a nosotros mismos. Se trata de un espejo que nos hace reflexionar sobre el individualismo absurdo que nos encierra cada vez más en nuestro mundo virtual. Las redes sociales y la cultura de la imagen no escapan a esta crítica que nos propone el artista, siendo él mismo el objeto de admiración o de burla. Se trata de una obra que da la mano al mundo contemporáneo, siendo además la antítesis del mismo. Ante el apabullante movimiento de información, frente a las nuevas tecnologías, junto a la alta velocidad y al frenetismo del día a día, Arturo Comas nos muestra la poesía de la quietud. Nos muestra al ser humano como un objeto inerte, como una cosidad que se une al paisaje, como una columna romana que pasa desapercibida. Nos pone delante de nuestras propias narices a un hombre que vive en un mundo blanco, inerte, oxigenado. Sólo existe él. En cierto modo nos incita a frenar para que podamos observar el mundo desde fuera. ¿Es una acción zen? ¿O acaso se trata de una performance sin sentido? No lo sabemos.
Mientras, el humor recorre cada fotografía inevitablemente, fruto precisamente del choque que nos produce ver algo que no es lo que debería ser. Te abre a cuestionarlo todo, a pensar críticamente, a descubrir nuevas sensaciones distanciándonos de emociones capitalistas al uso, exigiendo la presencia de un receptor activo. Es una puerta abierta hacia un mundo que, siendo él mismo, se nos antoja distinto. No lo recto y rígido, sino lo curvo, trayéndonos a la memoria el poema de Jesús Lizano. No los anquilosados prejuicios, sino una mente abierta y tolerante. Tras esta obra, se ve la estela de una larga tradición de artistas vanguardistas: El surrealismo de Buñuel, Fellini, Lynch o Jean-Pierre Jeunet; el Dadaísmo de Duchamp, Tzara, Apollinaire; el humor absurdo de Faemino y Cansado o los Monty Phyton; la indagación sobre la realidad inventada e imposible de Magritte; el extrañamiento hacia objetos cotidianos presentes en las Instrucciones para subir una escalera, para dar cuerda a un reloj o para llorar de Julio Cortázar, e incluso la Metamorfosis kafkiana. Detrás de ese presunto absurdo, del engaño de la conducta extravagante y disparatada, se haya un claro racionalismo que indaga sobre cuestiones fundamentales: ¿Qué es lo bello? ¿Qué es lo normal? ¿Qué es verdad y qué no? ¿Qué matemática determina el canon? ¿Qué es arte?
La fotografía artística de Arturo Comas es un canto a la libertad, a la alegría creativa, a la espontaneidad y al buen humor. Es además una obra de gran actualidad, porque necesitamos de esta imaginación en nuestra desenfrenada vida de trabajo, familia, costumbres y arquetipos para acabar con el aburrimiento posmoderno, para encontrar soluciones políticas, para desterrar el hábito que ha perdido la capacidad de sorprendernos.
Claudia Ruiz Cívico y Antonio García Villarán
Málaga y Sevilla, enero de 2013